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Un día en Madrid
Hoy, dormí poco. Tengo un hijo recién nacido y otra hija de 4 años. Es normal.
Pero gracias a las prestaciones en España, no tengo que estresarme por el dinero, al menos en las próximas semanas. Estoy en mi baja de paternidad (22 semanas en total) y Caty en su baja de maternidad (casi un año). Mi mente se centra en lo que importa estas semanas: nuestros hijos.
Desayunamos un yogur con fruta y un café (necesidad básica).
“¿Hoy a dónde vamos?” Pregunta Elena. Está de vacaciones y sin rutina del kinder, sus días se vuelven confusos.
Primera orden del día es ir con al Centro de Salud. Federico nació con un peso y talla muy saludable, pero los doctores del sistema de salud público en España son especialmente cautelosos con bebés. Lo han revisado 5 veces en 20 días.
El centro de salud está pequeño pero muy bien cuidado, limpio y con doctoras y enfermeras que son un encanto. La última vez que fuimos, Ana, nuestra enfermera asignada, nos contó que se iba unas semanas a la playa y por ello no iba a poder estar en la revisión de hoy.
Como la clínica está a 7 minutos caminando de nuestra casa, Caty puede ir sola. No hay necesidad de que suba al bebe a un carseat, o que busque estacionamiento. Los siete minutos son predecibles, no le va tocar un accidente de tráfico o una desviación que le retrase su llegada. Y se va sin cartera: la seguridad social es gratis y si le recetan medicinas, altamente subsidiadas (por antibiótico de conjuntivitis para Elena, pagué 1€ el mes pasado).
Mientras Caty va a la clínica, me baño y alisto a Elena para pasear a nuestra perrita.
Saliendo del edificio, Valentín, nuestro portero, me pide que saque la basura un poco antes hoy. Se va de vacaciones un mes desde mañana a su pueblo y un par de días a la playa.
Lo entiendo: la ultima semana ha sido un infierno de calor, llegando hasta 45 grados en algunas ocasiones. Hoy el día está mucho más agradable (30 grados) y se nota, con tanta gente en la calle.
A pocos minutos de pasear a Tammy, con Elena en su patinete, Caty me llamó.
“Me topé a Namaz en el centro de salud, que fue por vacunas a su hija y la invité a un café. ¿Nos vemos en La Hiedra?”
Claro, el bar está a dos minutos caminando de la casa y no voy a negar otro café.
Namaz es una vecina Americana que conocimos por el kinder (su hija está en el salón de Elena). Como en España el criterio principal para escoger kinder es “el que quede más cerca”, casi todas las amigas de Elena viven en nuestro barrio.
Ayer, por ejemplo, fue a jugar a casa de Cayetana y le dio a sus papás una hora y media muy buena de descanso.
Camino a La Hiedra, me topé a Edu, mi entrenador, que tiene su gym a dos cuadras de mi casa. Aunque al principio me interese por ese gym por la cercanía, no puedo negar que es bueno. En España, los entrenadores físicos tienen carrera de educación física y se nota cuando le pides algo especial para tu espalda o glúteos. Me reprocha que lleva “un rato” sin verme, aunque ha pasado una semana. En España una semana sin ejercicio es como una semana sin tortillas en México: un poco raro. “La próxima semana, que Elena está de vacaciones y es complicado” le prometo.
En La Hiedra, nos sentamos en la terraza. A las 11 am, está lleno de retirados y algún que otro papá con sus hijos, que me imagino está en la misma situación que nosotros. Namaz no es ama de casa, pero trabaja remoto y empieza a trabajar en la tarde.
Elena, que traía su patinete se pone a jugar en la plaza mientras nos tomamos nuestro café y hablamos de la paternidad. La señora mayor de la mesa de al lado, le regala la galleta que viene con el café a Elena.
Unos minutos más tarde, nos separamos de nuevo. Caty se va a la casa a preparar la comida y yo al parque del barrio (8 mins caminando). Federico le “regaló” a Elena una bicicleta de mayores (sin llantas entrenadoras) cuando nació, y quiero aprovechar mi baja para enseñarle a andar. Normalmente, es una tarea imposible en verano, pero hoy se puede lograr.
Tras unos minutos, mi hija se aburrió de la bici porque se encontró a Eugenia, su amiga que conoció en sus clases de Flamenco (también en el barrio). Me quedé viendo como jugaban al escondite con una pistola de agua durante unas horas.
El día sigue joven. En la tarde vamos a una alberca con una pareja de amigos que tienen una hija de la edad de Elena. Vamos a hacer hamburguesas (es 4 de Julio y ella es Americana).
Siempre sentí que Monterrey me abrumaba un poco pero especialmente desde “la inseguridad”, cuando se volvió complicado hacer cualquier cosa fuera de casa. De joven, soñaba con hacer más dinero y vivir más “internacionalmente”. Siendo del norte de México, lo lógico era Estados Unidos.
Hice un intercambio de 6 meses en Washington D.C., y regresé con cariño hacia el país. Algo te atrae del vecino del norte y casi siempre se puede reducir a dinero y comodidad.
Mi sorpresa fue hacer el MBA en España. Financieramente, y por nuestras carreras, tenía mucho sentido, pero nunca “soñé” con vivir aquí. Más sorprendente fue quedarme. Y ahora, me sorprende quererlo tanto.
España no es para todos. Obviamente sacrificamos cosas importantes. Nuestra familia está lejos, vivimos en un departamento de 130 metros (no una casa de 300) y con nuestras carreras ganaríamos más y llegaríamos más lejos en Estados Unidos.
No todos los días son caminar y tomar café sin preocupaciones. No todos los días estamos sin trabajar. Y España tiene su par de problemas con la inseguridad, aunque mucho menos organizada.
Pero 8 años aquí te moldea la forma de ver las cosas. Decidir que te gusta vivir aquí requiere un cambio de mentalidad importante.
Todo en México y Estados Unidos está optimizado para la comodidad individual. Hay más opciones de todo. Eres tú contra el mundo. Y acceder a tanto es fácil: con dinero, baila el perro.
Si tienes suficiente, puedes tener hijos sin cambiar un solo pañal, comer lo que quieras y a la hora que quieras (en España, muchos lugares cierran cocina en la tarde) y evitar lidiar con problemas. La seguridad, educación y salud son un producto. Más dinero: mejor resultado.
El efecto psicológico de esta organización en la sociedad es difícil de describir, pero obvio: tu valor como padre se reduce a cuánto dinero haces. Porque más dinero, es mejor todo.
Esto no es decir que España no tiene colegios privados (Elena va ir a uno) o que a nadie le importa “con quién te juntas”. Obviamente, como en cualquier sociedad, el dinero importa.
Pero todos los sistemas con los que convives en tu día a día no son hechos para el cliente. Tienden a ser sistemas colectivos, en donde se está optimizando el bien de la mayor cantidad de gente primero, por encima de lo que “el cliente” quiera.
Se espera que uses las banquetas y los servicios públicos. Y porque se pagan más impuestos, se espera también que se reflejen. La gran mayoría de las personas, sin importar su clase social, usan transporte público al menos en algunas ocasiones de la semana simplemente por que la ciudad se hizo para la mayoría, no para el que tiene el coche.
España no está hecho para tu comodidad, esta hecha para la comodidad de todos primero.
Viniendo de México, esto a veces es difícil de entender, pero por ello puedo tener los días como el que tuve hoy.